Y el principito llegó al séptimo planeta. Era un planeta grande, comparado con los anteriores planetas que había visitado. Le costó encontrar al que habitaba dicho planeta. Al encontrarlo se sorprendió, pues no era más que un pequeño escarabajo. El escarabajo al verlo no le dedicó ni un asentimiento de cabeza, ni le recriminó el haber entrado en su planeta sin su permiso, siguió con lo que estaba haciendo: limpiar, limpiar y limpiar. Para nuestro escarabajo era una obsesión, algo sin lo que no podía vivir. El principito intentó hablar con él, pero el escarabajo no le prestó ninguna atención, de tal manera que decidió alejarse de allí.
Prosiguió con su viaje y se encontró con otro escarabajo. Le preguntó a donde iba y de donde venía. Le respondió que no lo sabía, su viaje no tenía rumbo. Pero le contó de donde venía, de un planeta en el que vivía un escarabajo, que solo limpiaba, limpiaba y limpiaba; le dijo algo que sorprendió al principito, una observación: ese escarabajo que solo limpiaba y vivía solo pensando en su obsesión, solo acabaría, sin compañía.
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