domingo, 24 de febrero de 2013

Infancia virtual.

Todavía me acuerdo de los buenos momentos que he pasado junto a mis amigos, hermanos y primos, cuando jugábamos en el suelo con los tazos, la peonza, el Yo-yo y de los corrillos que hacíamos para cambiar los cromos que teníamos repetidos para terminar el álbum de la Liga. Nos podíamos pasar todos los descansos jugando y nunca nos cansábamos, todo lo contrario, queríamos volver a jugar y cuando llegábamos a casa practicábamos para hacerlo mejor al día siguiente. Incluso chantajeábamos a nuestros padres portándonos como nunca para que nos comprasen más tazos o sobres de cromos antes de dejarnos en la parada.

Pasábamos horas jugando para conseguir quedarte con todos los tazos, girar la peonza hasta ser la última en caer, o hacer el columpio: una vez lanzado el Yo-yo se deja deslizar, sujetando la cuerda un poco menos de la mitad, con el otro extremo de la cuerda se forma un triángulo, y se introduce el Yo-yo en el centro dejándolo balancear, o simplemente lo lanzábamos y lo subíamos bruscamente.

Hoy en día, los niños piden el iPad del tío, un teléfono como el del padre o un ordenador como el del primo. Casi todos los juguetes que piden tienen que tener un teclado y una pantalla, quieren hacer lo que hacen los mayores. Todavía hay algunos padres que prefieren regalarles los juegos de toda la vida, pero hay otros que por su propia comodidad les compran un aparato para que se sienten a su lado o se vayan a su cuarto, estén callados y no les molesten diciendo: ''¿Juegas conmigo?''.

''Los hombres no dejan de jugar porque envejecen, sino que envejecen porque dejan de jugar.''





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